domingo, 25 de noviembre de 2007

Rico Perez

La venta del estadio Rico Pérez no es un asunto deportivo

Ramiro Muñoz Haedo
Catedrático de Historia

Vaya por delante que soy un veterano futbolero cocinado a lo largo de muchos años de practicar fútbol en mi juventud y, luego, como espectador en bien diversos estadios y ante las pantallas de la televisión. Por tanto nadie puede acusarme de animadversión contra una afición a la que tantas horas he dedicado a lo largo de mi vida. Sin embargo, también soy ciudadano, muy celoso defensor de mis derechos y de mis deberes como tal. Y cuando ambas facetas, la futbolera y la ciudadana entran en colisión, no dudo sobre el orden de prioridades. Así, las líneas que siguen responden a mi opinión sobre el asunto sobre el que me pronuncio.
Resulta evidente que el fútbol ha experimentado en las últimas décadas transformaciones enormes en su estructura y organización. Si comenzó siendo un entretenimiento popular, pronto pasó a convertirse en un deporte, primero amateur y luego profesional, para más tarde derivar hacia un espectáculo de masas y desembocar, durante los últimos años, en un negocio, regido por las normas empresariales de cualquier otra actividad mercantil. Me refiero, claro está, al fútbol de elite.
Es verdad, sin embargo, que conserva alguna de sus características originarias, sobre todo en el imaginario de los aficionados y mantiene, también, alguna de sus funciones de representación simbólica de la ciudad en la que el club de fútbol reside. Es esta vertiente simbólica y representativa la que sigue siendo resaltada por los medios de comunicación, utilizada por los dirigentes de los clubes y por los organismos políticos y sociales y la que continua alimentando las ensoñaciones de los que somos aficionados y ya no digamos de los “forofos”. Pero, ello no debe equivocarnos y hacernos comulgar con ruedas de molino.
Desde hace una década casi todos los clubes de fútbol se han convertido en sociedades anónimas deportivas (SAD), salvo algunas contadas excepciones como el Barça, el Real Madrid o el Atletic de Bilbao, cuyo carácter de “más que un club”, les dota de unas características excepcionales que justifican su actual estructura societaria, aunque no sé durante cuánto tiempo.
Este proceso de conversión de los clubes de fútbol en SAD ha sustraído el poder interno a los antiguos socios, convertidos ahora en meros clientes, y lo ha trasladado a los accionistas y gestores, los nuevos dueños, al igual que sucede en cualquier otra estructura empresarial.
Siguiendo estas pautas, el Hércules, el principal club de fútbol de nuestra ciudad, se convirtió hace unos años en SAD, con motivo de la grave crisis económica, deportiva y social, que lo tuvo al borde de la desaparición en los años noventa. Aunque eso no haya sido suficiente para recuperar las viejas glorias deportivas herculanas y, por el contrario, haya facilitado el crecimiento de un competidor “de barrio”, el Alicante C.F, que intenta disputarle el corazón de muchos aficionados alicantinos y, cuando menos, compartir con el Hércules el papel simbólico representativo de la ciudad. Por cierto, también el Alicante seguirá en fechas próximas, el proceloso camino de conversión en SAD.
En ese contexto de crisis económica y deportiva del Hércules, en 1994 se materializó la compra del estadio Rico Pérez por el Ayuntamiento de Alicante, entonces encabezado por el alcalde Ángel Luna, con el objetivo de salvar al Hércules C.F. de una inminente desaparición, lo que consiguió entonces, aunque no pudo evitar la derrota electoral del propio alcalde dos años después. Tal vez, ese resultado electoral fue premonitorio de que alcalde que toca el Rico Pérez, pierde las siguientes elecciones.
El coste económico de aquella operación de salvamento del Hércules le costó a las arcas públicas municipales unos mil millones de pesetas de entonces que, convenientemente actualizadas, equivaldrían a unos ocho millones de euros de 2006.
Posteriormente, los avatares del Hércules C.F, y ya con el Partido Popular en el gobierno municipal, condujeron a su conversión en SAD, lo que permitió a Enrique Ortiz entrar con abrumadora mayoría accionarial en la nueva sociedad mercantil de la mano del alcalde Díaz Alperi. Dicha entrada fue vendida a la opinión pública como una colaboración ciudadana digna de elogio por el coste económico que suponía para el bolsillo del “filántropo” Ortiz. Sin embargo, hoy sería digno de una tesis doctoral el análisis de los retornos o externalidades positivas que han recibido las empresas de Enrique Ortiz durante estos últimos años por parte del Ayuntamiento, como pago de ese “compromiso ciudadano”.
Pero, parece que no ha sido suficiente y que ahora se trata de agradecérselo a lo grande, mediante la venta del estadio municipal Rico Pérez a la mercantil Hércules SAD, cuya propiedad accionarial corresponde en un 70% a Enrique Ortiz, en un 20% a Valentín Botella, mientras el 10% restante está repartido entre pequeños accionistas.
El pasado 27 de noviembre el alcalde Alperi anuncia públicamente la venta por el Ayuntamiento del estadio y las condiciones de la misma que, al parecer, adoptará la forma de concurso por un precio de 11,5 millones de euros. Dicha venta sólo afectaría al estadio de fútbol (unos 26.000 metros cuadrados) y no incluiría los terrenos aledaños (unos 18.000 metros cuadrados), cuya propiedad se creía municipal y ahora parece que no está tan claro, o mejor dicho, parece claro que no es municipal. En cualquier caso toda la zona esta urbanísticamente calificada como zona deportiva, por lo que su uso sólo puede tener esa finalidad.
Pero, las condiciones del concurso que ha hecho públicas el Alcalde, además de entrañar serias dudas legales, son lesivas para las arcas municipales, suponen un notable impacto urbanístico sobre toda la ciudad, pero especialmente, sobre la zona de San Blas, y pueden ocultar un “pelotazo” urbanístico monumental a medio plazo.
Con la venta en esas condiciones el Ayuntamiento hace, a mi juicio, un negocio nefasto. Si de los 11,5 millones de euros hay que detraer los seis millones que el Hércules SAD debe destinar a la remodelación del Rico Pérez y que se supone que realizarían las empresas de Ortiz y de Botella, más los tres millones comprometidos por el Alcalde para la remodelación del estadio de Villafranqueza, y que en este caso se supone que realizaría la constructora San Ana, quedan como ingreso neto municipal dos millones y medio. Si la venta en 1994 equivalió a 8 millones de euros, el resultado comportaría el cese inmediato de cualquier gestor de una empresa privada. Aquí, ese negativo resultado se justificará por el interés público no se sabe si del Hércules, del Alicante, de Ortiz, de Santa Ana o de Díaz Alperi o de todos juntos y en compaña.
Un aspecto complementario de esta venta lo proporciona el compromiso del Alcalde para recalificar el solar contiguo al estadio, denominado “pequeño Maracaná”, para que el Hércules SAD pueda construir un centro comercial, con el impacto urbano que supondría para la zona, el impacto sobre el tráfico de todos los barrios adyacentes y el impacto para todo el pequeño comercio de los barrios de San Blas, los Ángeles y Carolinas. He oído y leído con estupefacción la comparación del proyecto con la esquina del Bernabéu en la calle Concha Espina, lo que me parece propio del sentido de estúpida grandeur que afecta a algunos sectores del alicantinismo y del herculanismo mediáticos, de los que dios nos libre. Pero, como el éxito de este proyecto no está claro, los proyectistas tienen una bala en la recámara.
En efecto, hace poco más de un año, el Hércules SAD adquirió unos terrenos en Fontcalent, donde ha construido varios campos de entrenamiento y para los que hace unos días el Ayuntamiento le ha dado una autorización temporal para su uso, mientras tramita toda la documentación que conduzca a su legalización definitiva. No es difícil pensar que esa es la carta de Ortiz y sus compadres para el futuro más o menos inmediato. La posible recalificación urbanística de toda la zona del estadio Rico Pérez y sus terrenos aledaños y el traslado del estadio a Fontcalent, permitiría la construcción de cientos de viviendas y, por tanto, el extraordinario incremento del patrimonio del Hércules SAD, es decir, de sus accionistas. Sería el éxito total en el juego del Monopoly que tienen entablado algunos personajes contra esta ciudad y sus habitantes.
Soy consciente que estas opiniones, compartidas por muchos alicantinos, desatan las pasiones de algunos sectores políticos, sociales y mediáticos. Uno de ellos será, sin duda, el herculanismo militante que saldrá a la palestra hablando de amor, cuando el Alcalde, los dirigentes del Hércules SAD y yo mismo, estamos hablando de sexo. Pero, nadie nos debe vender la burra de que todas las barbaridades enunciadas hasta aquí son imprescindibles para que dispongamos del “millor estadi del món”, para que el Hércules ascienda a Primera y una vez allí, gane la Liga y la Copa de Europa. Los grupos políticos municipales, las organizaciones sociales y la ciudadanía en general, no debieran permanecer impasibles ante una nueva estocada a la ciudad por parte de quienes pretenden, una vez más, convertirla en patrimonio privado. Además, me parece escandaloso que dicho proyecto de venta del estadio Rico Pérez y sus implicaciones, sea realizado por un gobierno municipal prácticamente en funciones, a cinco meses de las elecciones. Las prisas denotan sospechosos ocultamientos o nervios por un incierto futuro. No debemos permanecer callados ante tal cúmulo de desmanes. Por lo menos mi intención es contribuir a un debate ciudadano que me parece irrenunciable.

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