miércoles, 30 de septiembre de 2009

Una ciudad que intenta regresar al pasado



UNA CIUDAD QUE INTENTA REGRESAR AL PASADO

Desde hace varios años la PLATAFORMA DE INICIATIVAS CIUDADANAS abre el Curso con la elaboración de un documento, necesariamente breve y sintético, en el que se analiza la evolución de la vida política, social y económica en Alicante. He aquí el correspondiente al Curso 2008-2009.

El dato principal de la realidad social de Alicante es su inmersión plena en la crisis económica. A finales de agosto había en la ciudad 29.535 parados, diez mil más que hace un año. Eso significa que nos acercamos a un 20% de desempleados. La situación es humanamente angustiosa y tendrá efectos diferidos de gran importancia: la caída en la tasa de empleo implica otros fenómenos como la reducción del flujo de inmigrantes, que supondrá el estancamiento demográfico, o el cierre de pequeños y medianos comercios en lo que no es un mero ajuste en el mercado, sino que supondrá quiebras importantes en las redes de equilibrios en muchos barrios. Prácticamente, sin embargo, el Ayuntamiento no ha planteado ninguna política activa frente a la crisis, la Alcaldesa ha manifestado que poco puede hacer y ha reducido la cuestión a la atención por los servicios sociales de los casos más sangrantes. Pero eso es falaz. La experiencia demuestra que se pueden adoptar medidas importantes de concertación social, como Pactos Locales por el Empleo, que exploren nuevas vías y que transmitan confianza. Pero aquí ni siquiera se reúne desde hace años el Consejo Económico y Social, que no se ha adaptado a la Ley de Grandes Ciudades.
Pero lo más grave es que la ciudad no está haciendo una reflexión esencial: en Alicante, probablemente, la crisis y el desempleo masivo serán más duraderos por el fuerte peso del sector de la construcción. Y una recuperación del mismo requerirá de la reducción del paro -imprescindible para que crezca la confianza que lleva a la compra de viviendas-, de la facilidad para obtener préstamos, de crecimiento demográfico sostenido y de la venta previa del stock de casas: en Alicante todos esos elementos son negativos, por lo que nos encontramos en mitad de un círculo vicioso. Por otro lado, la salida de la crisis será una ocasión de despegue para algunos territorios, mientras que en otros, sin embargo, las condiciones para el crecimiento no serán tan positivas como antes de la crisis. Aquí podemos encontrarnos ante esta última realidad por la ausencia de mecanismos de concertación y por la ausencia de instrumentos institucionales de intervención. En efecto: para el PP la superación de la crisis, aquí, pasa estrictamente por la continuación de los negocios dominantes antes de su inicio, y con su misma forma, y ese es el escenario que se está provocando con diversas medidas urbanísticas y sociales. Por lo tanto, la gestión de la crisis está siendo profundamente insolidaria –atiende más a los intereses a largo plazo de algunos poderes fácticos que a los intereses generales- e irracional –se basa en percepciones del pasado, en lugar de atender al diseño del futuro-. Por lo demás no hay intento de traslación al ámbito local de los diversos planes estratégicos presentados últimamente. El proyecto de PGOU, en fin, no tiene ni memoria económica y parte de unas proyecciones demográficas que, probablemente, ya han quedado obsoletas. Y todo ello para volver a justificar la construcción inmoderada de vivienda.
Se está, pues, olvidando que el “año de Sonia Castedo” es, sobre todo, el año de la crisis, el año en que no se han adoptado decisiones estratégicas para diversificar la economía alicantina y generar confianza y solidaridad. Sin embargo eso no significa que no haya habido un cambio en el estilo de actuación política que ya preveíamos el año pasado –cambio en el estilo, permanencia en las políticas de fondo-. La nueva Alcaldesa se ha encontrado con un horizonte político muy favorable: no desgastada por ningún procedimiento electoral, con una ciudad fatigada de la inoperancia y prepotencia de su predecesor y con una débil oposición. Por ello, su llegada ha significado que lo que fue por años mera inercia institucional se transforme en gobierno efectivo, algo, por lo demás, que interesaba a algunos poderes económicos en épocas de crisis. Hay que reconocer también el dinamismo de Castedo en determinados ámbitos que, entre otras cosas, ha permitido generar corrientes de proximidad con ciertos sectores sociales y constituir un nuevo eje político en el PP en el Ayuntamiento y, con todo ello, seguir desbordando a una oposición que sigue confundiendo su tarea con la protesta esporádica.
Castedo, por lo demás, ha dirigido su maquinaria de imagen hacia posiciones populistas, de rentabilidad inmediata en términos de reconocimiento e imagen y, sobre todo, para hacer olvidar que lleva muchos años en el Ayuntamiento, que su firma acompaña a la de Alperi en multitud de tremendas decisiones urbanísticas. La efervescencia de su gestión ha permitido disimular con cierta eficacia la ausencia de impulsos de auténtico cambio. Así, las grandes intenciones se ven resueltas con medidas epidérmicas y coyunturales; los grandes gestos reivindicativos ante el Gobierno del Estado se vuelven en muecas de sumisión ante el Consell de la Generalitat Valenciana –cuyo apoyo sería mucho más importante en materias esenciales-; su pregonada necesidad de “querer a Alicante” se resbala por lo circunstancial, sin más sustancia que la que pueda esperarse de pregones festivos. Y, sobre todo, es incapaz de imaginar la ciudad en términos distintos de los recibidos.
El PGOU podría haber sido su mayor aportación en estos meses. Aparte de intentar hacer olvidar su responsabilidad personal en el retraso del mismo, se esforzó en dar la impresión de impulsar un debate ciudadano participativo. Pronto vimos que no era así: cambió ese auténtico debate, que debía basarse en información real y suficiente, por presentaciones publicitarias. En todo caso, superado ese periodo de protagonismo, el PGOU ha quedado reducido a un viaje de la nada a la nada: es el documento interminable en el que se dice que la ciudad está condenada al único camino del crecimiento inmoderado y sujeto –ya veremos hasta cuando- a las modificaciones impulsadas por los principales poderes fácticos. Nunca se usó tanto papel para decir que todo seguirá políticamente igual.
La mejor muestra de ello es que el Plan Rabassa figura en el PGOU como “en ejecución”, lo que es manifiestamente falso. Pero, realidad abrupta y metáfora de una época, finalmente la Generalitat ha aprobado el Plan Rabassa, medida que vino precedida de un bombardeo publicitario sobre las bondades del mismo, desconocido hasta ahora, que indica cierta ansiedad. Durante años la PIC ha venido afirmando que el negocio del Plan no era la vivienda sino la gestión especulativa del suelo, pero nunca imaginamos que veríamos tan pronto confirmadas nuestras sospechas. Las prisas por la aprobación definitiva impidieron que se incluyera el recorte de 300.000 metros cuadrados, en zonas verdes, necesarias como reserva de suelo ferroviario. Pero pronto entendimos las prisas: el Plan Rabassa es el gran atractor de todos los grandes golpes de mano económicos que se están gestando en los sombras de los despachos que deciden lo que ha de decidir el Ayuntamiento. El anuncio de la instalación de IKEA sería positivo si no fuera porque lleva aparejado el de otro centro comercial… y porque puede encontrarse con la declaración de ilegalidad de la actuación urbanística, entre otras cosas porque para estas innovaciones no existe adjudicación municipal ni autonómica. De la misma manera, las recientes y contradictorias noticias sobre el traslado al Plan Rabassa de Estadio del Hércules ponen de relieve las fabulosas maniobras especulativas que se están gestando. En todo caso conviene recordar que el PGOU ya cambió el diseño de la zona para favorecer a la empresa que ha fagocitado el prestigio del Hércules, que urdió un plan de legitimación con el concurso de brillantes proyectos arquitectónicos. Por lo demás no sabemos, a día de hoy, si tal empresa ha pagado el precio acordado por la compra del Rico Pérez ni porqué el Ayuntamiento no le ha reclamado el incumplimiento de contrato que supone no haber remozado el estadio herculano.
Finalmente la incompetencia de unos y de otros está haciendo que obras esperadas es la ciudad como el Centro de Congresos, la entrada sur, la evolución del Puerto, la reforma de la zona de la Estación de Autobuses, la torre de comunicaciones, la reforma integral de la Zona Norte o la estación intermodal, se eternicen o vayan dibujándose como auténticas chapuzas. A ello se suma, cada vez con mayor dramatismo, la crisis de la financiación de grandes proyectos basada prioritaria o exclusivamente en la extracción de plusvalías. Entre lo positivo parece que se va a acelerar la puesta en funcionamiento de la Casa del Mediterráneo, la remoción del Castillo de Santa Bárbara y de Tabacalera y algunas actuaciones del TRAM –que ahora quieren empañarse con la privatización de la gestión-. Tampoco las autoridades municipales se han mostrado mínimamente activas en la defensa de los servicios públicos: la acumulación de déficits en los servicios educativos, sanitarios o asistenciales, están agravando los problemas de los más débiles. De todo ello se deduce una ausencia de aliento estratégico, una renuncia a contemplar la ciudad como una realidad compleja que requiere de impulsos precisos, y, sobre todo, de una ciudad con un modelo, dirigido desde las instituciones democráticas, que nos sitúe en mejores condiciones para la salida de la crisis.
Por lo tanto, la PIC celebra que en Alicante vuelva a haber algo digno de llamarse “gobierno”, pero advierte sobre la necesidad de analizar los aspectos concretos de tal gobierno, cuyas decisiones no llegan a algunas partes esenciales de la vida local, singularmente a la evolución económica y al urbanismo más significativo. No conviene deslumbrarse ante los fulgores de lo aparencial cuando tanto ciudadano lo está pasando mal y no encuentra esperanza que no vaya acompasada por algún tipo de manipulación. Quizá algunos crean que con festejos y promesas vacuas la ciudad puede recuperar el optimismo. Si así fuera, Alicante sería una ciudad que está regresando, con optimismo, al pasado, en todo lo fundamental: sus mecanismos de generación de riqueza, su modelo de (des)estructura urbanística y sus señas de identidad. Eso es lo que se oculta bajo el capcioso concepto de “progreso” que se está propagando. Y además es imposible.

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